jueves, 30 de abril de 2015

¿Las mujeres son más empáticas que los hombres?

(Texto escrito el 9 de enero de 2013)

Hace unas semanas comí hamburguesas con mi novia y su familia. El hijo de su hermano, quien en unos días cumplirá tres años, fue a la sección de juegos. Mientras el niño subía por una red de túneles concatenados, muy comunes en las franquicias de comida rápida, su mamá nos dijo que en ocasiones, al no poderlo cuidar todo el tiempo por la imposibilidad de que los adultos entren en el área infantil, las niñas presentes de mayor edad cuidaban de él así como de otros niños pequeños. Prosiguió diciendo que tal impulso protector casi no ocurría en los niños (la contraparte masculina).

Experiencias similares las hemos escuchado alguna vez, e incluso, si tenemos buena memoria, las hemos vivido. En ese instante, al escuchar hablar a la cuñada de mi novia, me hice las siguientes preguntas: ¿son las niñas más empáticas que los niños? ¿Podría extenderse esta empatía a la vida adulta? Y si así fuera ¿la causa podría ser cultural, biológica o debida a ambas?

Simon Baron-Cohen
A mediados del año pasado leí el libro «Autismo y Síndrome de Asperger» (Alianza Editorial, 2010) del psicólogo británico Simon Baron-Cohen, quien es director del Centro de Investigación sobre Autismo, en Cambridge, Reino Unido. Durante las últimas décadas ha llevado a cabo un gran número de investigaciones que le ha permitido desarrollar teorías que intentan explicar esta condición.

Una de las teorías del investigador (en la que son coautores Utah Frith y A. M. Leslie), explica el autismo a partir de una ausencia de la teoría de la mente (capacidad que nos permite otorgar estados mentales a los demás): a una persona con autismo, le sería muy difícil entender el lenguaje verbal no literal ‒como la ironía o el sarcasmo‒ y el no verbal (lenguaje corporal, expresión facial, modulación de la voz), cuya utilización nos facilita percibir, en gran medida, lo que nuestro interlocutor está sintiendo (o deseando) en un momento dado. Por esta razón, se dice que alguien con autismo tiene una teoría de la mente disminuida (o alterada) o que tiene «ceguera mental» o una empatía escasa.

Otra de las teorías de S. Baron-Cohen, se denomina empatía-sistematización, la cual contrapone a la empatía otra capacidad: la sistematización. Mediante esta última es posible analizar o implementar cualquier proceso (tangible o intangible) para obtener sus reglas de funcionamiento y predecir así su evolución. Como resultado obtenemos un «sistema». El autor menciona algunos ejemplos de implementación de sistemas como, los de colección, mecánicos, numéricos, motores, entre otros.

Ejemplo de sistema: péndulo.
Se ha visto que las personas con autismo puntúan mucho más alto en pruebas de sistematización (el autor ha desarrollado cuestionarios que miden la sistematización ‒coeficiente de sistematización‒ así como la empatía ‒coeficiente de empatía‒) y puntúan por debajo de la media en pruebas de empatía. Estos resultados podrían explicar los problemas de comunicación inherentes en el autismo, así como la hiper-focalización en ciertos temas, las conductas repetitivas y su resistencia al cambio (consecuencias de una elevada «sistematización»). Cuando una persona «sistematiza», lo fundamental es que «lo demás» sea previsible.

S. Baron-Cohen fue aún más lejos al generalizar la empatía-sistematización en la teoría del cerebro masculino extremo. Se dio cuenta de claras diferencias de género en las pruebas de empatía y sistematización. En cuanto a la primera, las mujeres puntuaban más alto mientras que los hombres hacían lo propio en la capacidad de sistematizar. Además, las personas dentro del espectro del autismo obtenían aún mayor puntaje en las pruebas de sistematización y menor puntuación en la contraparte de empatía. Fue entonces que el autor definió el autismo como típicamente «masculino».

En las pruebas de sistematización-empatía, el autor distinguió dos dimensiones independientes: la empatía (E) y la sistematización (S) en la población general. De tal forma, pudo clasificar el cerebro en cinco tipos:

-Tipo E: Individuos con mucha empatía pero con problemas de sistematizar (E˃S)
-Tipo S: Individuos que sistematizan muy bien pero carecen de empatía
-Tipo B (equilibrado): Individuos cuya capacidad de sistematización es igual de buena que su empatía.
-Tipo E extremo: Individuos cuya empatía está por encima de la media pero les cuesta mucho sistematizar (E˃˃S).
-Tipo S extremo: Individuos cuya capacidad de sistematización está por encima de la media pero no son empáticos (S˃˃E).

Las pruebas aplicadas a cierta muestra de población arrojaron los siguientes resultados (ver tabla, tomada del mismo libro) donde se muestra el porcentaje de personas que tienen uno de los principales tipos de cerebro.

Tipo de cerebro
Denominación
Hombres
Mujeres
Síndrome de Asperger
E˃S
Cerebro femenino
17
44
1
S˃E
Cerebro masculino
54
17
27
S˃˃E
Masculino extremo
6
0
65

En la tabla podemos observar más hombres con cerebros tipo S y más mujeres con cerebros tipo E. Además, la mayor parte de las personas que tienen síndrome de Asperger (condición dentro del espectro del autismo) puntuaron dentro del cerebro masculino extremo.

Lo anterior se relaciona con el hecho de que el autismo es más frecuente en hombres que en mujeres (4:1 aproximadamente). Lo interesante de este enfoque es que permite concatenar el espectro del autismo con el de la población neuróticamente típica. El espectro «ampliado» quedaría como sigue: cerebro masculino extremo (autismo, luego Asperger), cerebro masculino (la mayoría de los hombres), cerebro femenino (la mayoría de las mujeres). Especulando un poco, podría añadirse el "cerebro femenino extremo", en donde abundarían personas (una mayoría de mujeres1) con tendencia a la psicosis paranoica, cuya característica principal es la intensificación desmedida de la empatía o teoría de la mente.

Esta teoría ha sido apuntalada con evidencias neurológicas ‒regiones cerebrales de mayor o menor tamaño según el género y de que se padezca o no autismo‒ por lo que nos sugiere que una mayor empatía en las mujeres podría tener un componente biológico desde un punto de vista evolutivo: pudo haber tenido un comienzo en el hombre primitivo (mera especulación puesto que no hay evidencia concluyente del rol de género en aquellos tiempos). Es posible que la mujer prehistórica en situación de madre, haya desarrollado una mayor empatía debido a que pasaba más tiempo en el cuidado de los niños. En cambio, el hombre, quizá más enfocado a la caza, desarrolló una capacidad de sistematización mayor.

No hay que perder de vista que la teoría del cerebro masculino extremo, es un modelo que, como todos los modelos, tiende a ser reduccionista, pero explica con claridad y simpleza la sintomatología general del autismo, y a partir de ahí, logra extenderse hacia toda la población humana. La generalidad en un modelo científico es muy deseable para que obtenga validez.



1. Hales E and Yudofsky JA, eds, The American Psychiatric Press Textbook of Psychiatry, Washington, D.C: American Psychiatric Publiching, Inc. 2003.

viernes, 24 de abril de 2015

Supercondensadores: puente entre las baterías y los condensadores

(Publicado por vez primera en http://papeldeperiodico.com/2013/10/02/que-son-los-supercondensadores/)
Un supercondensador, es un dispositivo que permite almacenar grandes cantidades de energía eléctrica y cederla en forma relativamente rápida. Para entender su funcionamiento, veamos una analogía con un circuito hidráulico (todos hemos visto una presa, o un depósito de agua que alimenta una red de tuberías).
Presa.
Imagine usted que es un ingeniero de procesos en una planta industrial donde se requiere un flujo muy caudaloso de agua para el lavado de botellas y un flujo menor (constante) para llenarlas. Para este caso, la planta cuenta con agua suministrada por una presa cercana, y para el otro, se tiene un tanque de cierta capacidad que, al ser llenado (en cierto tiempo), se vacía por un conducto de gran diámetro, obteniendo el caudal y la energía necesaria para el correcto lavado de botellas.
Usted, por cuestiones de eficiencia, quiere contar con un flujo caudaloso adecuado con mayor frecuencia por lo que diseña un tanque sustituto de mucha mayor capacidad. Después de cálculos y estimaciones, usted obtiene en papel el esquema de un tanque “híbrido” que contaría con una elevada capacidad (emulando a una presa) el cual podría suministrar el flujo constante de llenado y también los flujos caudalosos requeridos. Podríamos llamarle a este inmenso reservorio «supertanque» o también «supercondensador hidráulico» (debido a su alta capacidad de almacenamiento y descarga de agua).
Tanque de agua elevado.
Pasemos ahora del circuito hidráulico al eléctrico: la presa, que permite tener un flujo constante de agua para el llenado de botellas, sería el equivalente eléctrico de una batería; el agua acumulada en la presa, sería la carga eléctrica almacenada electroquímicamente en la batería; el conducto ‒o tubo‒ hidráulico, junto con su válvula de cierre, sería el equivalente de un alambre conductor de la electricidad conectado a una resistencia que limita el paso de la corriente; el tanque, que almacena el agua para lavar botellas, sería un condensador (o capacitor) eléctrico, capaz de almacenar carga eléctrica; el «supertanque», sería el equivalente eléctrico de un supercondensador, el cual puede almacenar grandes cantidades de carga eléctrica y cederla en forma relativamente rápida; la altura del tanque sería el equivalente al voltaje del condensador o supercondensador.
Un globo, un condensador eléctrico
Como vimos ya brevemente, un condensador es un dispositivo que almacena carga eléctrica. ¿Cómo ocurre esto?… Pensemos en un globo inflado. Éste, al frotarse con el cabello (o con una prenda de lana), adquiere carga eléctrica (electrones del cabello ‒o de la lana‒ se trasladan al globo, obteniendo así una carga eléctrica neta negativa). Cuando el globo vuelve a acercarse a la cabeza atrae cabellos, o si se acerca a pequeños pedazos de papel, los atraerá también. De hecho, el globo, por tener la capacidad de almacenar carga eléctrica, es un condensador eléctrico. El globo cargado, podría adherirse a una pared, que, aunque es eléctricamente neutra, la carga negativa del globo le induce a tener  una carga eléctrica positiva en su superficie, generando así una fuerza electrostática de atracción (cargas eléctricas opuestas se atraen, en caso contrario, se repelen). En el momento en el que el globo transfiere su carga negativa a la pared, se vuelve eléctricamente neutro y cae al suelo.
Condensador de «placas paralelas»
Líneas de campo eléctrico entre
dos placas con carga opuesta
Un condensador eléctrico consiste de dos placas paralelas, separadas a cierta distancia, en las que se puede acumular carga eléctrica: positiva en una placa, y negativa en la otra. Tal configuración genera un campo eléctrico entre ellas (con cierta diferencia de potencial, medida en voltios). En el ejemplo del globo, éste podría representar la placa con carga negativa y determinada área de la pared, la placa con carga positiva.
En los condensadores eléctricos, cuanto mayor sea el área de las placas y menor la distancia entre ellas, mayor es su capacidad de almacenamiento de carga. En medio de ambas puede colocarse algún aislante (denominado dieléctrico) como aire, plástico, cerámica o algún electrolito, que incrementa la capacidad del condensador. Cada dieléctrico tiene determinada capacidad de polarización, es decir, qué tanto sus moléculas, o iones (en el caso de un electrolito), se alinean con el campo eléctrico generado entre las placas. La parte negativa de las moléculas polarizadas se dirigen hacia la placa con carga positiva, y la parte positiva hacia la placa negativa. La polarización en el dieléctrico, genera otro campo eléctrico que se opone al generado por las placas del condensador. Para compensar la súbita disminución del campo eléctrico (el potencial entre las placas debe permanecer constante), se almacena más carga eléctrica en las placas, lo cual genera una mayor capacidad eléctrica total en el dispositivo.
Así, vemos que hay tres factores principales que influyen en el comportamiento de un condensador: el área de las placas, la distancia, y el dieléctrico. La unidad de medida de la capacidad eléctrica es el Faradio (F), en honor al científico británico Michael Faraday.
En la industria de los componentes electrónicos, son muy comunes dos tipos de condensadores: los cerámicos y los electrolíticos. En los primeros, se utilizan materiales cerámicos como dieléctrico. En los segundos, el dieléctrico (un electrolito que consiste de una solución con moléculas eléctricamente cargadas, es decir, iones) humedece un papel en medio de dos tiras metálicas enrolladas. Esta configuración permite altas capacidades en un volumen relativamente pequeño. Los condensadores convencionales tienen valores de orden de los pF (pico-Faradios, 10-12 F), nF (nano-Faradios, 10-9 F) o μF (micro-Faradios, 10-6 F).
Los supercondensadores
Como vimos, cuanto mayor sea el área de las «placas» de un condensador, la capacidad de almacenamiento de carga es mayor. Pero ante el impráctico incremento de área lisa (el dispositivo sería demasiado voluminoso), es mejor aumentar la rugosidad de la placa como una manera de incrementar el área. Si las «arrugas» de la superficie tienden a ser prominentes e ínfimas, en el orden de los μm (micro-metros, 10-6 m) o nm (nano-metros, 10-9 m), la superficie tendería a ser enorme. Esta característica permite que la capacidad de un condensador se incremente en forma significativa.
Uno de los materiales que permite una rugosidad (o porosidad) a escala nanométrica, es el carbono, ya sea en forma activada (alto nivel de porosidad ‒un gramo puede sobrepasar los 600 m2 de área‒); de nanotubos (cilindros muy largos con respecto a su diámetro, de una o varias capas); o de grafeno (hojuelas de un átomo de espesor). Estas morfologías han permitido el desarrollo de supercondensadores de carbono con capacidades en el orden de los Faradios o decenas de Faradios por gramo (cientos de miles de veces la capacidad de un condensador electrolítico convencional).
Supercondensador de 400 F (a 2.7 V).
Por otra parte, se han desarrollado supercondensadores de mayor capacidad basados en polímeros conductores (macromoléculas conformadas por cientos o miles de unidades ‒monómeros‒ que debido a sus enlaces, y bajo ciertas condiciones, permiten la conducción de electricidad) como la polianilina, el polipirrol y el politiofeno. Estos materiales no almacenan la carga eléctrica en su superficie, sino en su volumen (mediante la inserción/expulsión de ciertos iones en un electrolito). Es decir, estos condensadores rompen con el esquema del condensador de dos «placas». Por tal razón, a su propiedad de almacenar carga eléctrica se le llama pseudocapacidad. También existen supercondesadores de óxido de rutilo, de iridio y de rutenio. Específicamente con este último se han obtenido capacidades de hasta 400 faradios por gramo (F/g). Ambas clases de supercondensadores: de polímeros conductores y óxidos metálicos, almacenan y ceden carga eléctrica mediante reacciones de óxido-reducción (redox) en un electrolito adecuado.
Las capacidades de los supercondensadores basados en polímeros conductores están en el orden de los cientos de F/g (cientos de veces la capacidad de los supercondensadores de carbono), pero como la carga se almacena en su volumen, la rapidez carga/descarga es baja (cierta porosidad en el polímero conductor aumenta la rapidez). Una de sus mayores desventajas es su corta vida útil: almacenan y descargan carga eléctrica de manera eficiente sólo algunos cientos o miles de veces (en contraste, los supercondensadores de carbono llegan a alcanzar millones de ciclos de trabajo). Con respecto a los supercondensadores de óxidos metálicos, el ciclo carga/descarga es más rápido y su vida útil más larga pero tienen el inconveniente de su alto costo.
Aplicaciones de los supercondensadores
Automóvil híbrido.
Los supercondensadores pueden utilizarse en automóviles eléctricos o híbridos (los cuales funcionan con un motor de combustión interna y otro eléctrico). Son capaces de ceder la enorme carga eléctrica almacenada en muy poco tiempo (una corriente eléctrica alta) que ayudaría a accionar el motor eléctrico (alimentado por una batería) cuando el vehículo se encuentre en alto total. Al poco tiempo, el supercondensador se cargaría otra vez para volver a ceder su energía eléctrica cuando fuera necesario. Un supercondensador también podría apoyar con potencia eléctrica a un motor de un elevador, o podría utilizarse para alimentar dispositivos electrónicos, como celulares, relojes o cámaras fotográficas, durante periodos relativamente largos.
Los supercondensadores son dispositivos intermedios entre una batería eléctrica y un condensador convencional. En ciertas condiciones podría utilizarse como batería, y en otras, como condensador (con una capacidad enorme).


miércoles, 15 de abril de 2015

La lengua portuguesa: algunas observaciones desde el español

(Escrito en Recife, Brasil, 4 de mayo de 2014)

Recife, Brasil.
Casi cumpliré diez meses viviendo en la ciudad de Recife (Brasil). Llegué para seguir adelante con algunas actividades de investigación (gracias a una amable invitación de mi exdirectora de doctorado en México) en el Departamento de Química Fundamental de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE). Desde el comienzo de mi estancia, me he ido embebiendo en las costumbres, cultura, y «espíritu» del pueblo recifense. Su amabilidad y hospitalidad me han hecho sentir con frecuencia como en casa, pero sobre todo su lengua (el portugués), es la que más me ha ido cautivando.

Un previo y breve curso de portugués (tres meses) y el haber disfrutado por algunos años de Bossa Nova (escuchando a Astrud Gilberto, Vinicious de Moraes, Antonio Carlos Jobim, entre otros), hicieron que el portugués no me fuera tan desconocido al llegar a Recife, aunque al escuchar conversaciones «reales» en la calle, me hizo ver que en realidad no lo conocía como yo creía. Tuve que esforzarme en aprender lo básico en los primeros meses para lograr comunicarme lo mejor posible.

Hoy, mi portugués causa menos quejas, y aunque no deja de desesperarme mi falta de fluidez, no me ha impedido compararlo con el español (de hecho, todas las personas que adquieren otra lengua, a menudo la comparan con la ‒o las‒ que ya dominan). El portugués, al igual que el español, gallego, rumano, sardo, italiano, catalán y francés, es una lengua latina ‒o neolatina‒ por provenir del latín. Y aunque todas sean lenguas hermanas, la similitud entre ellas es variable. Por ejemplo, la distancia entre el español y el rumano es mucho mayor que entre el español y el portugués, lo cual puede explicarse debido a las condiciones geográficas (Portugal es vecina de España, no así Rumania), lingüísticas (Rumania se encuentra rodeada de países de lengua eslava), o políticas (la interacción de España con Portugal fue mucho mayor que con Rumania). La mayor cercanía entre la lengua española y portuguesa, ha facilitado a sus hablantes, el aprendizaje de cualquiera de ellas.

Tal similitud tiene mucho que ver con que ambas lenguas compartan una extensa cantidad de palabras que se escriben igual o de manera muy parecida (que pueden o no tener el mismo significado). Además, un observador hablante de un idioma no latino que estuviera aprendiendo las dos lenguas, podría decir que sus estructuras gramaticales son, en esencia, idénticas.

Lo primero que me llamó la atención del portugués, es que hay muchas palabras que comienzan con ‘f’ que en español se escriben con ‘h’. Por ejemplo, formiga (hormiga), fígado (hígado), fazer (hacer), falar (hablar), fumo (humo), fogueira (hoguera), ferir (herir), folha (hoja), figo (higo), formosura (hermosura), entre muchas otras. Esta peculiaridad, era lo normal en el castellano medieval ‒la ‘f’ después devino en ‘h’‒. Un «fósil» actual español es la palabra ‘foja’, que ‒por lo menos en México‒ designa las hojas de escritos oficiales como escrituras, testamentos, o actas de nacimiento (en ocasiones el Derecho «cristaliza» las palabras hasta volverlas arcaicas). Asimismo, cada vez que escuchaba la palabra portuguesa ‘agora’ (en español 'ahora’), me transportaba de manera inevitable al Medioevo hispano, cuando también tenía la misma forma.

Colocaré un pequeño fragmento del Cantar del mío Cid (cantar de gesta anónimo castellano del siglo XIII) donde se reconocen algunas importantes palabras portuguesas actuales en las arcaicas españolas:

1  Embió el Cid por sus amigos e sus parientes e sus vasallos
2  E fabló: ‒Como el rey me manda de toda mi tierra salgo;
3  Más de nueve días no me dará de plazo,
4  E los que conmigo fuéredes de Dios ayades buen grado,
5  E los que acá conmigo fincáredes quiérome ir vuestro pagado.‒
6  Entonces fabló Álvar Fáñez, su primo cormano:
7 ‒Convusco iremos, Cid, por yermos y poblados,
8  Ca nunca vos fallesceremos en cuanto seamos vivos e sanos;
9  Convusco despenderemos las mulas e los cavallos,
10 El oro e la plata e los averes e los paños.

Estatua del Mío Cid, Burgos, España.
En la segunda línea, vemos ‘fabló’ de ‘fablar’ (en portugués actual ‘falar’ ‒hablar‒); en la quinta, vemos ‘fincáredes’ de ‘fincar’ (en portugués ‘ficar’ ‒equivalente al ‘quedar’ castellano‒); en la séptima, vemos ‘convusco’, equivalente al actual ‘convosco’ portugués (‘con ustedes’ o ‘con vosotros’), por último, la conjunción ‘e’ del castellano medieval (que cambió a ‘y’) se utiliza con normalidad en portugués. Ambas proceden de la conjunción latina ‘et’.

(Después, con más calma, revisaré un texto medieval portugués y consultaré más a fondo las etimologías latinas).

Otra palabra portuguesa que también me impactó fue ‘preto’ (negro), la cual viene de la palabra latina ‘appectorare’ (de pectus, pectórum), que significaba apretar contra el pecho. Después, cambió a ‘apretar’, y de aquí, a ‘preto’ (algo denso, espeso, o apretado, es decir, oscuro). El equivalente castellano de ‘preto’ es ‘prieto’, que aunque ahora es un arcaísmo en España, sigue vigente en México para designar algo que tiene un color oscuro. Algunos ejemplos: ‘los niños prietos’, ‘el plátano tiene prietitos’ (es decir, ya está maduro), etc.

Y aunque disto mucho de ser lingüista, etimólogo o gramático (soy ingeniero), me es fascinante conocer sobre el distante origen común del español y portugués, los cuales, desde hace siglos, construyen con vigor su propio camino.

Siempre me ha asombrado que las palabras que utilizamos en la cotidianeidad, posean ‒cada una‒ una larga y tortuosa historia. Para conocerla, sólo hace falta escarbar en el latín clásico (o vulgar), en el griego, en el árabe, en las lenguas germánicas, o en las lenguas indígenas americanas. Por el momento me despido con una cita del poeta y dramaturgo alemán Friedrich Schiller:


«Llamáis lenguas muertas al lenguaje de los griegos y latinos. Pero de ellas se origina lo que en las vuestras pervive».

jueves, 9 de abril de 2015

No, las microondas de celulares y routers no causan daño

Es frecuente encontrar información sobre el supuesto daño que las microondas ‒provenientes de móviles (celulares) y routers (Wi-Fi)‒ producen a la salud humana. Se afirma (sin sustento), que este tipo de radiación electromagnética ocasiona daño en tejidos y órganos (como el cerebro). Como veremos, sólo necesitamos conocer un poco la naturaleza de la radiación electromagnética para echar abajo estas falsas afirmaciones.
Radiación electromagnética
En 1873, el físico británico James Clerck Maxwell terminó por unificar la electricidad y el magnetismo (fenómenos aparentemente distintos) en un solo fenómeno: el electromagnetismo.
La radiación electromagnética consiste de ondas eléctricas y magnéticas que se van generando mutuamente ad infinitum, a 300 mil km/h en el vacío. Ésta consiste de un amplio espectro: ondas de radio, microondas, rayos infrarrojos, luz visible, radiación ultravioleta (UV), rayos X y radiación gamma. Conforme pasamos de las ondas de radio hasta la radiación gamma, la frecuencia de oscilación de la radiación se va incrementando, y con ella, la energía también. ¿Por qué?
Espectro electromagnético
El científico alemán Max Planck –padre de la mecánica cuántica– descubrió en 1900 una constante fundamental –constante de Planck (h)– que sirvió para estimar la unidad fundamental de energía –o cuanto– de la radiación electromagnética: el fotón. La energía del fotón depende de la ecuación E = hυ, donde E es la energía, h la constante de Planck y υ la frecuencia de oscilación. Por lo tanto, a mayor frecuencia, la energía de la radiación electromagnética es más alta, independientemente de su intensidad (o potencia).
La radiación electromagnética, puede analizarse desde un punto de vista ondulatorio o corpuscular, de acuerdo con la dualidad onda-partícula (desarrollada por eminentes científicos como Heinrich Hertz, Albert Einstein, Louis Victor de Broglie y Georges P. Thompson). Es decir, la luz, convencionalmente vista como onda, puede tener comportamiento de partícula (fotón), y las partículas a escala atómica (electrones, protones, entre otras) tienen también comportamiento ondulatorio.
Radiación ionizante
La radiación electromagnética, puede ser ionizante (rayos X, rayos gamma) y no ionizante (rayos UV, luz visible, microondas, ondas de radio). En el primer caso, los fotones son tan energéticos –o la radiación oscila a tan alta frecuencia–, que al encontrarse con átomos o moléculas logran arrancarles electrones con facilidad, causando que pierdan su neutralidad eléctrica (ionización) o su estado de equilibrio a nivel molecular (al romperse algunos enlaces químicos). En el segundo caso, los fotones son mucho menos energéticos (o la frecuencia más baja), por lo que son incapaces de ionizar la materia. Por lo tanto, los tejidos biológicos, constituidos de átomos y moléculas (como toda la materia) solamente se verían afectados si interaccionaran con radiación electromagnética ionizante.
Fotografía original de rayos X
obtenida por Wilhelm Röntgen
A pesar de que los rayos UV se consideran no ionizantes, son fronterizos con la radiación ionizante, por lo que tienen la energía suficiente (la frecuencia más alta de la radiación no ionizante –o su longitud de onda más corta: de los 400 a los 15 nanómetros, nm–) para hacer daño a una célula que tiene un diámetro aproximado de 8 micrómetros (8 000 nm). Si un conjunto de fotones que oscilan con una longitud de onda de los 15 nm “golpea” el núcleo celular, podría desensamblar partes de la molécula de ADN, lo cual ocasionaría la muerte de la célula, o en el peor de los casos, una mutación que podría hacer que la célula se dividiera sin control, originándose un cáncer. Mas los rayos UV no pueden ir más allá de la piel: no tienen la energía suficiente para poder penetrar dentro del cuerpo que sí tienen los rayos X (el tejido blando es prácticamente transparente, como puede observarse en una placa típica) o más aún, los rayos gamma.

Si los rayos UV pueden ocasionar cáncer de piel, los rayos X y los gamma pueden generar cáncer en cualquier tejido del cuerpo debido a su mayor energía y penetración. Por ello es importante no asolearse demasiado y utilizar filtros en la piel para protegerse de la radiación UV, así como no tomarse demasiadas placas de rayos X por año.
Radiación de microondas
Volvamos a la radiación no ionizante. Por debajo de los rayos UV está la luz visible. Esta radiación va del color violeta (longitud de onda de 400 nm) al rojo (700 nm), por lo que su longitud de onda está en el orden del diámetro del núcleo celular (aproximadamente 1000 nm). Por tanto, esta radiación sería incapaz de “golpear” con suficiente precisión los enlaces de las bases nitrogenadas del ADN. La luz, si fuera muy intensa, sólo elevaría, hasta cierto punto, la temperatura de la piel más externa.
Fotografía de radiación
infrarroja de un perro
Si la luz visible no ocasiona daño, menos aún lo hace la radiación infrarroja (longitud de onda de 700 nm a 1 mm) a intensidades cotidianas de la vida diaria. La radiación infrarroja no es otra cosa que radiación calorífica que todos emitimos (detectable con cámaras especiales), por lo tanto, es evidente que ésta no es nociva para nosotros (a menos que sea muy intensa, como cuando colocamos un dedo en la llama de una vela).
Con respecto a las microondas (longitud de onda de 1 mm a 1 m), al igual que sucede con la radiación infrarroja, no tiene capacidad de afectar tejido biológico en las condiciones normales de la vida cotidiana. El rango de frecuencias de las microondas es el utilizado por la mayoría de los dispositivos de telecomunicación, como móviles y routers. Los primeros utilizan frecuencias de 0.4 a 1.9 GHz (longitudes de onda de 75 a 16 cm) y los segundos 2.4 GHz (12.5 cm). La potencia de radiación de estos dispositivos es tan baja, que su efecto en la piel es prácticamente imperceptible. Es decir, los 100 watts de potencia de radiación infrarroja que emite nuestro cuerpo (calor totalmente inocuo) no se comparan a los 0.25 watts de microondas que emite un celular, que, además, poseen un nivel de energía miles de veces menor. En conclusión, las microondas de celulares y routers (podríamos añadir también las ondas de radio, TV y las generadas por las líneas de corriente de las instalaciones eléctricas de casas y edificios) son absolutamente inofensivas.
Consideraciones finales
Con lo que hemos visto, sería absurdo considerar que la utilización de móviles y routers (e incluso hornos de microondas) pueda tener un efecto cancerígeno. Además, ya se han hecho varios estudios científicos ‒llevados a cabo por la OMS (Organización Mundial de la Salud), ICNIRP (por las siglas en inglés de la Comisión Internacional para la Protección contra las Radiaciones no Ionizantes), IARC (por las siglas en inglés de Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer), entre otras organizaciones‒ en los que no han encontrado correlación alguna entre el cáncer y la radiación electromagnética no ionizante.