jueves, 12 de marzo de 2015

Empatizando con el síndrome de Asperger

Lorna Wing (1928-2014).
El síndrome de Asperger, nombre utilizado por vez primera en 1981 por la psiquiatra británica Lorna Wing (en honor al trabajo realizado por el psiquiatra austríaco Hans Asperger en 1943), es un trastorno generalizado del desarrollo que actualmente se incluye en los Trastornos del Espectro Autista (TEA). Se considera una forma de autismo leve. Aunque las estadísticas varían, aproximadamente una de cada 500 personas puede tenerlo. 

Las tres características generales que presentan las personas con Asperger (y que se generalizan a todo el espectro) son:

1. Dificultades para socializar.
2. Problemas para identificar el lenguaje no verbal (lenguaje corporal o gestual, tono de voz)
3. Intereses restringidos y gusto elevado por la rutina.

La primera característica es consecuencia de una falta de empatía, es decir, de una incapacidad de ponerse en el lugar del otro; de otorgar estados mentales a los demás. La segunda, indica que no se poseen las suficientes herramientas para entender los códigos de la comunicación corporal –o gestual– de alegría, de duda, de rechazo, de enojo, entre otros; asimismo, el sarcasmo, la ironía o los dobles sentidos suelen ser difíciles de entender debido a la ambigüedad literal de esta forma de comunicación. La última condición se refiere a que las personas con Asperger tienen un interés desmedido en actividades o en temas muy específicos (dinosaurios, trenes, aviones, ciencia, historia, entre otros), además de que se sienten seguras en un entorno rutinario. Necesitan que su mundo sea lo más predecible posible.

Las anteriores características ocasionan que una persona con síndrome de Asperger pueda parecer: tímida (ante la incomprensión del lenguaje no verbal, lo más seguro es no interactuar para evitar cometer errores); pedante (le gusta hablar de sus intereses, sin tener en cuenta a veces que su interlocutor pueda no tener interés en ello, además, puede utilizar palabras demasiado técnicas); grosera (suele decir cosas con franqueza, es decir, tiene dificultades para manejar la mentira social, tan ampliamente utilizada); inocente (desde un punto de vista social, lo hace potencial blanco de acoso escolar o laboral); fría (a pesar de que pueda tener sentimientos intensos, le cuesta exteriorizarlos); rutinaria (puede elegir en el restaurant casi siempre la misma comida, le cuesta cambiar de ruta o itinerario –en todos los sentidos–); especialista en su área de interés, entre otras más. De igual manera, una persona con Asperger puede tener ciertos problemas motrices que con el tiempo pueden ir controlando.

A continuación, amable lector, intentaré sensibilizarlo mediante el siguiente relato (en parte, basado en mi propia experiencia) que trata sobre la posible "visión del mundo" de una persona con síndrome de Asperger. Lo invito, empáticamene, a tomar el lugar de ella:

Imagine usted que de pronto, al salir de su casa por la mañana, percibiera la calle un tanto distinta, que cada cuadro, línea, ventana o color de su alrededor le llamara la atención, que viera con inusual nitidez sobre una pared a una columna de hormigas cargando comida en una dirección, y en la opuesta, a otras más intentando seguir huellas químicas para volver a la fuente de alimento; que el ruido de los carros, el reflejo de la luz del sol sobre los vidrios, el caminar de la gente, le hicieran sentir inseguro, disparando en usted grandes deseos de volver a la seguridad de su casa; que los rostros de la gente no le dijeran nada, que cuando se topara con unos conocidos e intentaran comenzar una charla con usted, un anhelo desmedido de alejarse se apoderara de usted y le ocasionara cierta ansiedad. Evidentemente, usted se asusta ante tan rara situación, sólo quiere llegar a su trabajo, y, aunque tiene varias rutas para llegar, toma la que con más frecuencia utiliza; el pensar en las rutas alternas le ocasiona cierto disgusto. Por fin, usted llega al edificio de su trabajo. El vigilante, con quien usted antes bromeaba y reía, de pronto se torna amenazante porque hace ciertos comentarios acompañados de risa que usted ahora no entiende. Usted se sorprende mucho, hace un esfuerzo titánico para asimilar y entender tan complicado código y sólo se angustia por no lograrlo: el vigilante percibe su tensión y lo observa con el ceño fruncido... Se aleja inmediatamente de él, sólo quiere llegar a su despacho. Sube las escaleras percibiendo detalles en el piso que antes no había visto: figuras de hojas y animales, diferentes tonalidades, uno que otro insecto que camina zig-zagueando... Algunos compañeros en el pasillo lo saludan y usted les regresa el saludo con titubeo. Enseguida, ve la puerta de su despacho, siente alivio, ¡por fin se alejará del caos humano imperante! No voltea a ver a nadie más. Entra a su despacho y se lamenta ahora de que tenga que compartirlo con cinco personas; antes de su transformación lo disfrutaba enormemente. Saluda con cierto sobresalto a sus compañeros mientras que dos de ellos le saludan riendo y diciéndole cosas en el mismo extraño código del vigilante. Usted se turba de nuevo y sólo sonríe, tratando de disimular su desconcierto. Comienza a trabajar en su computador. Siente seguridad al introducir, ordenar y manipular datos. No tiene que tratar con nadie, sólo con la pantalla... usted suspira aliviado. De repente suena el teléfono, suena dos, tres veces más, usted se irrita, no puede soportar el sonido y menos la interrupción. Vuelve a sonar, ¡es simplemente intolerable!... Después de dos horas, sus compañeros lo invitan a almorzar. Durante el trayecto, extrañados, le preguntan si está enfermo, usted les responde que no. Llegan a la cafetería y de inmediato usted pide lo que más suele comer; el pensar en algún otro alimento lo pone ansioso. Ya en la mesa, comienza la charla. Se angustia más aún por no poder intervenir con la soltura que poseía antes. Los gestos de sus compañeros le dicen poco, se ríen, alzan la voz, se bromean entre sí y usted apenas logra entender sus chistes, otra vez la ansiedad comienza a subir... Apenas se prepara para intervenir en la conversación cuando de repente alguien se le adelanta y lo deja sin posibilidad de participar. Usted nota que su voz se ha vuelto monótona, plana, carente de emociones, se asusta aún más. Minutos después, usted es foco de una broma, todos se ríen y usted no ha entendido nada. Su cerebro se pone en blanco, ¡su ansiedad es máxima! Se levanta y se aleja de la cafetería, sólo quiere respirar aire fresco y volver a la tranquilidad de su escritorio. Mientras llega, sigue pensando en los insectos, en su belleza, en su predictibilidad tan seductora. Le entran deseos inmensos de saber más acerca de ellos; se frota las manos de gusto al pensar que podría investigar el tema en su tiempo libre...

Como pueden apreciar, en este relato se entrelazan las tres características principales del síndrome de Asperger que hemos revisado. Y aunque fue sólo una mañana la que se describe, debemos reflexionar en que así podrían ser todos los días de una persona con esta condición.

El diagnóstico del síndrome de Asperger comenzó apenas en la década de los 90, lo que indica que hay muchos adultos sin diagnóstico que han tenido que aprender, a prueba y error y sin intuición, sobre relaciones sociales; que han tenido que sortear muchísimas dificultades y que, aunque se saben diferentes, no saben realmente lo que está ocurriendo. Lo ideal sería que obtuvieran un diagnóstico: les permitiría entender toda su vida y les permitiría también, más adelante, trabajar en sus puntos débiles. Podrían ser cada vez más funcionales en sociedad lo cual disminuiría sus niveles de ansiedad.

Es importante mencionar que un adulto con síndrome de Asperger ha desarrollado estrategias de adaptación que podrían enmascarar algunos de los síntomas, dificultando así el diagnóstico.

El desconocimiento del síndrome de Asperger en América Latina aún es enorme, pero ha habido avances en los últimos años. Debemos trabajar más en su difusión: hay mucha gente en este momento que está siendo excluida, e incluso acosada, por ser "diferente" en sus familias, escuelas y trabajo.

miércoles, 11 de marzo de 2015

¿Es posible medir la inteligencia?

El Pensador, de Aguste Rodin.
La posibilidad de cuantificar objetos, estimar áreas o volúmenes, medir masas, y con mayor sofisticación, predecir fenómenos naturales o analizar variables económicas, ha motivado al hombre a medir también ciertas características inherentes a su propia naturaleza: la inteligencia. El problema es que aún no se tiene una definición satisfactoria. Hay sólo ciertas aproximaciones como la siguiente que suscribieron 52 investigadores en 1994 1:
La inteligencia es una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. No es un solo aprendizaje de los libros, ni una habilidad estrictamente académica, ni un talento para superar pruebas. Más bien, el concepto se refiere a aprender del propio entorno.
Pero, ¿es posible medir la inteligencia a partir de múltiples habilidades que son incuantificables? Es decir, nosotros no podríamos decir que nuestra habilidad para tocar piano, o nadar, es hoy 17.5% mayor de lo que fue hace un mes. Tampoco podría decirse que el aprendizaje de nuestro entorno tiene X puntos hoy, mayor, o menor, que el que tenía hace tres años. ¿Realmente podemos medir la inteligencia sin un criterio subjetivo?
Psicólogos, neurólogos, biólogos, científicos formales, entre otros, continúan elaborando definiciones de la inteligencia sin lograr un consenso absoluto. Incluso se han realizado definiciones tan circulares y pragmáticas como la siguiente del físico estadounidense Percy William Bridgman: la inteligencia es lo que miden las pruebas de inteligencia.
Las pruebas de cociente intelectual
Cocientes intelectuales (CI) de una población representados
en una distribución normal (campana de Gauss).
A comienzos del siglo XX, los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodóre Simon, elaboraron una prueba para medir la “edad mental”, la cual fue el antecedente de las pruebas para medir la inteligencia. En 1905 publicaron una escala que se denominó “Binet-Simon”. El psicólogo alemán William Stern por su parte, utilizó por vez primera estas pruebas en 1912, en las cuales obtuvo los cocientes intelectuales (CI, división entre la “edad mental” y la “edad cronológica” multiplicado por 100) de un grupo de niños.
Desde entonces, se han desarrollado diferentes pruebas de CI, como la basada en la escala Wechsler, creada por el psicólogo estadounidense William Wechsler (1896-1981). El puntaje obtenido suele proyectarse en una campana de Gauss con un valor central de 100 (inteligencia media) y una desviación estándar de 15. Las puntuaciones arriba y debajo de 100 indican inteligencias por arriba y por debajo de la media. Curiosamente, a partir de las primeras pruebas realizadas, se ha visto un incremento promedio de tres puntos por década en algunas poblaciones. A este fenómeno se le conoce como efecto Flynn (documentado por el investigador neozelandés James R. Flynn). No se conoce aún una explicación satisfactoria de este fenómeno.
Estas pruebas de inteligencia (o pruebas psicométricas) han tenido muchas críticas debido a que en general, sólo miden la memoria y las capacidades verbal, lógica-matemática y espacial del individuo. Se piensa que tales habilidades serían incapaces de representar cabalmente la inteligencia. Por ejemplo, un científico natural estaría convencido de que el físico británico Paul Dirac (científico de primer orden en su área de conocimiento) fue un genio a pesar de que careció de una cultura general “aceptable”, aunado a serios problemas de sociabilización. De hecho, un hábil y sociable político podría haber dicho ‒desde su perspectiva‒ que Dirac fue un hombre poco inteligente.
A pesar de que Paul Dirac hubiera podido obtener sin dificultad un puntaje muy alto en las pruebas de CI, ¿qué habría pasado si le hubieran aplicado pruebas equivalentes en un área de habilidades sociales, por ejemplo? Quizá su evaluación habría resultado por debajo de la media.
Las inteligencias múltiples
Howard Gardner
Quien rompió con el paradigma del CI, fue el psicólogo estadounidense Howard Gardner. En su libro “Las estructuras de la mente” (1983) estableció que la inteligencia no podía ser medida por pruebas normalizadas. Propuso varios tipos de inteligencia en un mismo nivel de importancia, esto es, las inteligencias lingüística, lógica-matemática, musical, espacial, corporal-cinestésica, intrapersonal, e interpersonal. Años más tarde, adicionó las inteligencias naturalista y existencial (o filosófica).
Dentro del enfoque de Gardner, tal diversidad de inteligencias imposibilita una cuantificación general: sería necesario evaluar cada una cualitativa y cuantitativamente (en el caso lógico-matemático) para reportar un perfil aproximado del rendimiento del individuo. Quizá dicho perfil podría representar mejor la inteligencia real de las personas que el puntaje obtenido en una prueba de CI convencional.
Vigencia de las pruebas de inteligencia
A pesar de sus inconvenientes, las pruebas psicométricas siguen utilizándose debido a que suelen obtener correlaciones significativas entre el puntaje obtenido y el “éxito” o “estabilidad” de una persona dentro de un entorno escolar o laboral; sin embargo, desde un enfoque epistemológico no se satisfacen los criterios mínimos como para afirmar que efectivamente lo que se está midiendo es la inteligencia.
Reactivo de una prueba de CI con
matrices de Raven
Asimismo, el sesgo cultural que poseen las pruebas de CI es otro de los puntos más cuestionables. No es lo mismo aplicar una prueba de CI a un habitante promedio de la ciudad de Lima o Los Ángeles que a un indígena amazónico o a un aborigen australiano. Lo más probable es que el limeño y el neoyorkino puntúen más alto debido a su formación académica-cultural más occidental (origen de este tipo de pruebas). Para evitarlo, se han diseñado pruebas de CI “independientes” de la cultura y la lengua, cuyos reactivos son sólo figuras, o matrices 2X2 o 3X3 (creadas por John C. Raven en 1938), a las que les hace falta un elemento que se puede elegir entre varias opciones.
Cualquier intento de medir la inteligencia dentro de una determinada cultura posee ya un sesgo. Además, aún en la misma cultura, la clase socioeconómica tiene un impacto en el puntaje. Evidentemente, las personas pertenecientes a una clase con más privilegios obtendrían los mejores resultados debido a que a lo largo de sus vidas han recibido mejor atención médica y mayor formación académica. Tal situación, a través de los años, ha generado malentendidos y prejuicios sobre la presunta superioridad “intelectual” de ciertas culturas o “razas” que se han visto en mejores circunstancias económicas.
Consideraciones finales
Ante la imposibilidad de cuantificar totalmente la inteligencia humana, la investigación sobre qué es la inteligencia y cómo medirla, continúa. Es un tema muy complejo que suscita mucha polémica. Al parecer, las pruebas psicométricas para obtener el CI seguirán adelante por su valor práctico, pero sería saludable ser escépticos sobre su capacidad de medir la inteligencia.
Una situación que me parece curiosa, es que hay sociedades conformadas por personas con un CI arriba de cierto puntaje (por lo regular arriba de 130, siendo la media 100) que suelen denominarse superdotados (como la sociedad MENSA). La estructura de estas organizaciones gira en torno a las pruebas de CI. ¿Qué tan válida es su existencia ante los problemas que traen consigo las mediciones de CI?
Por otra parte, la normalización de las pruebas de CI podría no estar tomando en cuenta la diversidad neurológica. ¿Qué tan válido sería aplicarlas a una persona con autismo o síndrome de Asperger? Debido al uso generalizado de estas pruebas en el ámbito académico y laboral es necesario trabajar en pruebas que tomen en cuenta la diversidad neurológica.
Por último, sería positivo tener más en cuenta la postura de las inteligencias múltiples de Gardner (junto con otras nuevas posturas de orientación similar) como una forma de valorar la enorme complejidad de la inteligencia, lo difícil que es definirla y la imposibilidad de medirla totalmente. De hecho, los nuevos modelos educativos basados en competencias, toman más en cuenta el paradigma de Gardner.

1. Mainstream Science on Intelligence. Reprinted in Gottfredson, 1997, Intelligence, p. 13.