Todos somos experimentadores por naturaleza: desde el niño que prueba
qué materiales son atraídos por un imán, o analiza cuál es la mejor distancia y
posición de una lupa para concentrar la luz del sol en un punto y así quemar
una hoja, hasta el cocinero que, al preparar comida, modifica la cantidad de
ingredientes y tiempo de cocción para obtener un nuevo (o mejor) sabor; o el
orador que prueba qué tono de voz podría producir una mayor emoción en su
público. Ya sea que la respuesta a nuestros «experimentos» sea objetiva o
subjetiva, siempre aspiramos a la mejor posible.
Desde tiempos remotos, aunque se desconocía el concepto actual de
experimento, la humanidad conquistó el fuego, construyó armas para la caza o la
guerra, desarrolló la rueda, y manipuló metales, siempre basada en un continuo
perfeccionamiento tecnológico. En el comienzo de la historia, los chinos,
griegos y romanos llevaron a la tecnología a niveles muy altos de sofisticación; sin embargo, fue con Galileo Galilei (1564-1642) que se comenzó a utilizar el
experimento con una plena consciencia de su poder para producir conocimiento: la
ciencia moderna había comenzado.
El experimento en las ciencias naturales
Un experimento consiste en encontrar una respuesta (o salida) de un
sistema físico, químico o biológico (bajo condiciones controladas) en función
de una deliberada manipulación de uno o más factores (variables). Por ejemplo,
en el experimento de la descomposición de la luz blanca en colores, Isaac
Newton utilizó un par de prismas como medios refractores (cada color se
refracta a un ángulo diferente). Las condiciones experimentales fueron: la
intensidad de la luz blanca incidente, la geometría y materiales de los prismas
y el arreglo del sistema experimental (distancia de la fuente de luz al primer
prisma y de éste al segundo, tipo de pantalla para observar la luz de color
refractada, entre otros). Por otro lado, las respuestas del experimento fueron
la visualización de los colores componentes de la luz blanca, su posición en
la pantalla, entre algunas otras.
Esquema del sistema experimental de Isaac Newton |
Los experimentos en las ciencias experimentales pueden llegar a ser
técnicamente muy complejos, tales como, el experimento de Michelson y Morley (para
conocer la velocidad de la luz), el efecto fotoeléctrico, de Albert
Einstein, o los experimentos llevados a cabo en los sofisticados aceleradores
de partículas donde se hace colisionar haces de partículas subatómicas ‒de muy
alta energía‒ para producir otras (la cantidad de factores en estos
experimentos es enorme y su control muy minucioso).
El experimento en las ciencias sociales y formales
Las ciencias formales (matemáticas, teoría de la información, teoría de sistemas,
entre otras) no necesitan del experimento porque están estructuradas
matemáticamente: consisten de uno o más sistemas formales cuya base es
axiomática (un axioma, es una proposición no susceptible de demostración) y su
estructura está conformada de teoremas (expresiones de un sistema formal
demostrables dentro del mismo). La dinámica de estas ciencias podría resumirse
como sigue: después de formularse cierta conjetura (o hipótesis), ésta debe
demostrarse como verídica dentro del sistema formal. El resultado sería un
nuevo teorema, y así sucesivamente.
Con respecto a las ciencias sociales, el experimento estaría vedado para
la historia, pero no para la sociología o la antropología que, a pesar de ser
disciplinas descriptivas (de sociedades y culturas), pueden permitir el diseño
de ciertos experimentos de carácter social o cultural, independientemente de sus
consecuencias éticas. Dichos experimentos estarían más justificados en
disciplinas como la economía o ciencias de la conducta (psicología).
Diseño de experimentos y modelos experimentales
En las ciencias experimentales, la teoría y el experimento están
íntimamente ligados. No es posible establecer una jerarquía entre ellos. Tienen
la misma importancia. El modelo es perfectible conforme la ciencia avanza pero
podría sustituirse por otro si nuevos resultados experimentales ya no se
ajustan a él. Entre más general sea un modelo, mejor puede describir la
naturaleza.
Ejemplo de superficies de respuesta (enfoque sistémico) de un experimento de dos factores y tres respuestas. |
En las ciencias experimentales es posible diseñar experimentos bajo un
enfoque analítico en el que puede variarse un solo factor, después otro, y así
sucesivamente hasta obtener una descripción sólida del fenómeno estudiado. El
modelo experimental resultante, tendería a ajustarse a los modelos generales
vigentes. Por otra parte, un enfoque sistémico (más utilizado en ingeniería)
permite analizar cierto número de factores al mismo tiempo, lo cual hace posible estimar la probable interacción (o sinergia) entre ellos, además
de poder conocer su efecto individual. El modelo respectivo, sería empírico y
limitado a las condiciones experimentales del estudio. Ambos enfoques, el
analítico y el sistémico, se complementan (ver El enfoque sistémico en la ciencia).
Dentro del campo de la Estadística, hay un área que se dedica al
desarrollo de diseños experimentales. Ésta ha permitido crear experimentos
exploratorios que pueden detectar los factores más significativos en un
determinado fenómeno o proceso (denominados diseños factoriales y diseños factoriales
fraccionarios), y también diseños más sofisticados que permiten obtener modelos
matemáticos empíricos (mediante un análisis de varianza) cuyo principal
objetivo es optimizar ciertos procesos.
Sea cual sea el enfoque al diseñar un experimento, su descripción
detallada (en revistas académicas especializadas) en el momento de obtenerse resultados
significativos, es importante para que pueda replicarse en cualquier parte del
mundo. Este mecanismo permite la expansión de las fronteras del conocimiento científicamente
válido.
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