Casi todos mis conocidos que están cerca de los 50 o 60
años los veo resignados a que, por su edad, ya no pueden aprender más. Piensan que la mejor etapa de sus vidas se ha ido; que ahora
lo mejor que pueden hacer es mantener lo aprendido sin añadir nada
más. No exagero al decir que aprender algo nuevo les resulta
antinatural: ¿qué
acaso no se aprende mejor de niño, adolescente o joven, cuando el
cerebro está en su «máximo potencial»?
Se preguntan a menudo.
Ciertamente,
sabemos que es abrumadora la cantidad de jóvenes que aportaron de
manera significativa en todas las áreas de conocimiento. En ciencias
duras (como matemáticas y física), por ejemplo, los mayores logros
suelen conseguirse entre los 20 y 30 años. Claro, en la juventud se
tiene más energía y frescura, lo cual podría favorecer, en cierta
medida, la producción de obra intelectual de elevada calidad. Pero ¿qué sucede si a una edad de 50 o 60 años se pretende estudiar a
profundidad una disciplina totalmente nueva? Es decir, matricularse
en una carrera, hacer un posgrado, iniciarse como artista o aprender
otra lengua. Casi con unanimidad, en torno al incipiente aprendiz
maduro surgiría un demoledor «¿y
ya para qué?» que
arrasaría cualquier ánimo.
Los
ejemplos de personas que comenzaron a una edad relativamente avanzada
una disciplina nueva (y
con
éxito) abundan, como el caso del artista uruguayo Pedro Figari (1861-1931),
quien con 57 años dio rienda suelta a su creatividad pictórica;
casi en la misma situación estuvo la pintora norteamericana Anna
Mary Robertson Moses (1860-1961, conocida como la «abuela
Moses») que comenzó a pintar a los 70 años. Por otra parte, la
famosa novela Robinson Crusoe fue escrita por un primerizo Daniel
Defoe (1660-1731) a la edad de 59 años; con más años aún (60 y
tantos), la escritora estadounidense Laura Ingalls Wilder (1867-1957)
escribió y publicó su obra. También tenemos el caso del
estadístico y jubilado alemán, Thomas Royen, que a los 67 años
encontró la demostración de una importante conjetura matemática
(Conjetura de Correlación Gaussiana). Sin duda, la historia de todos
ellos es fascinante. Pero un caso que atrapó mi atención hace poco,
es el de la escritora y traductora inglesa Mary Hobson (1928).
Mary Hobson |
Mary
Hobson comenzó a estudiar lengua rusa a la edad de 56 años tras
leer la obra cumbre del escritor ruso León Tolstoi, La Guerra y la
Paz (se propuso a sí misma leerla en su lengua original). Una amiga
rusa fue su primera maestra, quien además la introdujo a la obra de
Aleksander Pushkin. En 1990, cuando contaba con 62 años, se
matriculó en la Escuela de Estudios Eslavos y de Europa del Este del
University College de Londres (UCL School of Slavonic and East
European Studies). En este periodo pasó un año en la Universidad
Estatal de Lingüística de Moscú, graduándose en 1994. Años
después, tradujo al inglés la obra «La desgracia de ser
inteligente» del escritor ruso Alexander Griboedov (1795-1829),
obteniendo con ello su doctorado a los 74 años. Asimismo, tradujo la
novela en verso «Eugene
Onegin», de Aleksander Pushkin, la cual fue presentada en 2012 en la
Universidad Estatal Pedagógica de Moscú. Cabe mencionar, que antes
de su trabajo como traductora, ya había demostrado sus dotes
literarias al escribir tres novelas en la primera mitad de la década
de los 80: «This
House is a Madhouse», «Oh
Lilly», y «Poor
Tom».
Mary
Hobson comenta que no pudo estudiar una carrera antes de los 60 años
debido a que tuvo que cuidar de su esposo aquejado de una parálisis
en la mitad derecha del cuerpo (debido al desarrollo de un absceso
cerebral) desde los 25 años, la cual le impedía también articular
palabras. La demandante atención a su esposo más el cuidado de sus
cuatro hijos la desgastaron y deprimieron al transcurrir los años.
La presión que ella sintió fue tanta que terminó dejándolo (de hecho, un hijo de ellos pasó un año cuidándolo para que ella no volviera con él). Más
adelante, al concluir un periodo depresivo fue que decidió
prepararse y plantearse nuevas metas.
Por
la extraordinaria calidad en su trabajo, Mary Hobson ha recibido
premios y distinciones: en 1995 ganó el Premio Bicentenario
Griboedov por la mejor traducción del libro «La desgracia de ser
inteligente»; en 1999, la Asociación de Miembros Creativos de Moscú
le otorgó la Medalla Pushkin; en 2010 ganó el Premio Entusiasta,
auspiciado por la Fundación Nuevo Milenio; un año después, recibió
el Premio Podvizhnik, en Moscú. En estos momentos, Mary Hobson está
a un año de cumplir 90 años y sigue adelante con sus proyectos. En
una entrevista que le realizaron este año le preguntaron: «Usted
celebrará su 90º aniversario en julio, ¿cuál es el secreto de su
longevidad?»,
ella respondió:
«Si
no hubiera ido a la universidad, si hubiera desistido de aprender
ruso, no sé si yo hubiera vivido tanto tiempo. El estudio mantiene
la mente activa, te mantiene físicamente activo. Tiene efecto en
todo. El aprendizaje de la lengua rusa me dio una vida nueva, un
círculo de amigos, una manera de vivir nueva y completa. Fue la
transición más grande a una nueva vida».
Creo
que la historia de Mary Hobson, como la de muchos que emprendieron
nuevos proyectos a edades relativamente avanzadas, es inspiradora.
Ella misma, en otra entrevista, dice: «no
permitas que alguien te diga que tu memoria se esfuma con la edad.
Está ahí, en cantidad suficiente para lo que necesites».
Claro, tener salud es primordial; sin embargo, la fuerza mental es el
ingediente indispensable para cualquier logro.
Así
que, amable lector, si es usted joven, adulto, maduro o anciano (no
importa la edad que tenga) y tiene un proyecto, por descabellado que
pudiera parecer, no deje de intentarlo: ¡llévelo a cabo! Por supuesto, hay
mil circunstancias y dificultades en la vida, pero con voluntad
férrea y consecuente tenacidad, todos podríamos ser capaces de
alcanzar la meta. Así que ¡manos a la obra!
gran testimonio, digno de imitar!! no volveré a decir que mi mente no puede, que mi memoria no me ayudaría! retomaré mis estudios de otros idiomas! sí se puede!
ResponderEliminar¡Adelante! ¡Mucho éxito!
EliminarEs maravilloso , conocer a personas que viven intensamente dedicados a su entorno, pero mantienen intacto el deseo surgir lo cuál nos demuestra que siempre hay tiempo cuando uno decide.
ResponderEliminarAsí es. Sólo hay que atrevernos a intentarlo.
EliminarUn saludo.
Es maravilloso,como te encuentras personas con esa intensidad te crecer sin importar le edad y yo con mis cuarentay tantos sintiendome que ya no doy para más...ps ahora volveré a empezar..por reactivar mi habito a la lectura.
ResponderEliminar¡Adelante!
EliminarTengo una edad cercana a la tuya, 42 años, y a veces me desanimo porque aquellos sueños de juventud van quedando atrás, pero luego te enteras que personas de 50 o 60 comenzaron a hacer lo que realmente les gusta con toda la pasión, y las energías, de manera instantánea, vuelven al cuerpo.
Un saludo.